No seríamos quienes somos sin nuestra piel. Nos protege del mundo exterior, mantiene la temperatura corporal, genera la vitamina D esencial para nuestro organismo, y nos ayuda a interactuar con las personas que amamos. Pero la piel es sensible y necesita de nuestro cuidado y atención para mantenerse sana.
La estructura de la piel
El más grande de nuestros órganos presenta tres capas diferenciadas:
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La epidermis es la capa externa de la piel. El estrato córneo es la zona más externa de la epidermis, y sirve como barrera física que protege el organismo de agresiones externas como el frío, la radiación ultravioleta y las infecciones. La principal función del resto de la epidermis es generar esa barrera cutánea.
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La dermis es la capa media, donde se encuentran los vasos sanguíneos que abastecen a la epidermis. La dermis también contiene folículos pilosos, glándulas sudoríparas y terminaciones nerviosas.
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La hipodermis, la más interna y gruesa de las tres capas, contiene células adiposas cuya grasa constituye una reserva de energía y ayuda a la regulación térmica del organismo.
La piel es el mayor órgano de nuestro cuerpo y lleva a cabo numerosas funciones. Una de las más importantes es la protección contra agresiones externas como el rozamiento, los productos químicos, las infecciones y la radiación ultravioleta. Además, también es nuestro mayor órgano sensorial: las terminaciones nerviosas de la piel nos proporcionan información abundantísima sobre el mundo exterior. Esta información va desde el calor, el frío o el dolor hasta el agradable contacto físico con los amigos y las personas queridas.
Otro papel muy importante de la piel es la regulación térmica. La piel contiene entre dos y cinco millones de glándulas sudoríparas, y con tiempo caluroso podemos llegar a sudar hasta 10 o más litros al día para ayudar a mantener fresco nuestro organismo. Cuando hace frío, la producción de sudor y el riego sanguíneo de la piel se reducen para ayudar a conservar el calor en los órganos internos.